Antes de partir #CampamentoMestizo

Antes de partir #CampamentoMestizo

¡HOLA! Después de mucho tiempo volvemos por aquí de nuevo. La vida muggle no me deja apenas tiempo para escribir todas las cosas que me gustaría, pero aún así hoy he traído una cosita que me apetecía muchísimo compartir en el blog. Es un relato entre Cadmo y Yalena, personaje de @CarlosMoral2 y mío en la campaña de campamento mestizo, concretamente en un momento en el que ambos personajes se despiden por un tiempo y que a mi me calentó muchísimo el corazón mientras lo escribía junto a Carlos. ¡Espero que a vosotros también os guste!

Cadmo:

El sol empezaba a bajar hacia el horizonte, Cadmo llevaba todo el día con preparativos. Un par de horas completando informes, este juicio estaba dando mucho trabajo y había que dejar bien preparado todo el papeleo. Otro rato para recabar materiales para el viaje que se avecinaba, no hacía falta cargar con todo, pero sí al menos tenerlo ordenado para poder cogerlo si lo necesitaba. También, los pequeños descansos entre una cosa y otra estaban sirviendo para que se acordara de algún comic o libro que quizás podrían hacer más llevadera la vuelta a casa de una vieja amiga. Sin embargo, no había tiempo para todo lo que le gustaría hacer. Llevaba días pensando que ya estaba haciéndose tarde para salir, todo el tema del juicio se estaba acelerando mucho y aunque el viaje que iba a hacer podía ayudar, antes quería dedicar algo de tiempo a otras cosas. Se alegraba de haber hecho las cosas en el orden que lo había hecho. Esta vez no podía irse sin enseñarle ese trocito de Tebas, aunque ahora supusiera dormir un par de horas menos y vivir a base de cafeína. 

Hace un rato había visto como llegaba una de las nuevas invitadas, esa “amiga especial” del “jefe” del Campamento que venía a presidir el juicio, así que no podía dilatar más la situación. Phil ya estaba informado de todos los planes de Cadmo y de cómo dejaría anotada toda la información relevante antes de irse. También le había pedido que se reuniera con él al alba, antes de partir, que debía llevar a alguien y arreglar unos asuntos. Luego ya podría centrarse en lo suyo.

Por otro lado, ya había dicho a Yalena que quería verla cuando se pusiera el sol. Ya sabían que le tocaba partir temprano y quedaban muchas cosas por decir, entre ellos los motivos del viaje de Cadmo, que tan solo había sido mencionado de pasada. Desde volver de Tebas habían estado pendientes de otras cosas. Nuevos invitados con la confianza en entredicho y una vieja compañera del Campamento que le deba tantos motivos para quedarse como para irse. Ya era muy difícil para él irse ahora, pudiendo estar con Yalena y no preocuparse de lo demás. La vuelta de Minerva le daba ganas de retrasarlo un poco más, especialmente al verla más frágil de lo que recordaba. Sin embargo, pensar en ambas también le daba más convicción para ir a buscar respuestas y quizás alternativas.

Cuando llegó a la puerta de la casa de Afrodita el sol, que volvía el cielo rosa anaranjado, como si fuera un melocotón brillante; descendía hasta rozar la línea oscura del horizonte. Estaba atardeciendo y vio a Yalena, sentada en la terraza, terminando de ojear un libro que parecía algo viejo. Radiante, como siempre. Su pelo rosa parecía un reflejo del cielo del atardecer. Su mirada, desde hacía unas semanas había ido pasando de tener un brillo de ambición a la confianza de una persona resuelta a disfrutar de lo que tenía delante en cada momento, aunque hacía unos días había visto en ella también la preocupación y la tristeza. Que Cadmo tuviera que irse lejos por alguna misión no era una novedad, pero sentía que esta vez le iba a costar mucho más, incluso a pesar de ser la primera vez en mucho tiempo que decidía él mismo que quería partir y no solo ayudaba a que otros cumplieran sus cometidos. 

-Gracias. Por todo -en ningún momento se le había pasado por la cabeza empezar así la conversación, pero cuando vio su sonrisa al verle llegar le salió de dentro. 

Ella se quedó unos segundos con los ojos abiertos de par en par, quizás tampoco esperaba este tipo de apertura. Además, este hijo de Hermes no se caracterizaba demasiado por dar las gracias, y mucho menos sin motivo aparente. 

-Por todo, ¿sabes? -empezó él a aclarar-. Estas últimas semanas, estos días de vacaciones, sacar un ratito para vernos a estas horas… y bueno… lo de Minerva. -bajó un poquito la mirada y se rascó la nuca. Yalena ya sabía reconocer ese gesto tan característico de cuando los nervios eran de verdad. 

Yalena: 

Yalena seguía leyendo las últimas páginas del diario de Phil, buscando el final de una historia que tal vez no hubiera tenido su último punto. Un montón de bolsas la acompañaban llenas de ropa, libros, películas y todo lo que se le había ocurrido que a Minerva le pudiera gustar. No se percató de la llegada de Cadmo hasta que no le escuchó hablar, pero no pudo evitar mostrar una gran sonrisa al verle. En estas últimas semanas, era algo inevitable.

—¿Gracias?—La sonrisa de Yalena cambió a un gesto preocupado.—¿Todo bien? No me debes dar las gracias por momentos que a mi también me hacen muy feliz. Y Minerva está bien, Phil le ha dado unas gafas para que no vea a Querón en mí lo que ha hecho que nuestra relación mejore exponencialmente.

Los comentarios despreocupados no hicieron que Cadmo se relajara. Había aprendido a leerlo en estos últimos meses y sabía que esta no iba a ser una conversación distendida sobre el diario que había encontrado o sobre la cita entre Haai y Cianne. Sonrió de nuevo, intentando mostrarse calmada aunque no lo estuviera.

—Cuéntame, ¿qué te ocurre?—Dijo haciéndole un hueco a su lado en aquel banco. Le tendió la mano y esperó la respuesta de Cadmo.

Cadmo:

Miró a Yalena ¿Tanto se notaba que pasaba algo? Quizás para ella era fácil y le estaba calando hasta los huesos, eso daba un poco de vértigo, pero a la vez le hacía sentir una pequeña llama en el pecho, que no tardó en extenderse a sus mejillas. Le dio la mano y se sentó a su lado.

-Pues sí, verás. Ya sabes que siempre ando de acá para allá y bueno… Poder abrir puertas me hace ir a más misiones de las que me gustaría algunas veces, pero bueno, esta vez no es así. He sido yo el que le ha pedido a Phil que me deje hacerme cargo de algo. El otro día ya te dije que sentía que esta vez quizás era el turno de que fuéramos otros los que tomemos las riendas y arreglemos la situación. Estas últimas semanas he vuelto a sentir que puedo ser más que un asistente o un chofer. Ver la pasión en Alex y ver que ha sido alguien como Loki  nos engañaba, -se fue un poco por las ramas haciendo una aclaración- no puedo negar que de pequeño siempre me encantó en todos los libros que salía; me ha dado nuevas energías.

-Y también, -hizo una pequeña pausa para coger aire- sobre todo, me has hecho sentir que no tengo que demostrar ser mejor de lo que soy -otra pequeña pausa, apretando un poco más la mano de Yalena-. Creo que puedo hacer algo, creo que puedo ayudar. Tengo una idea y es que me parece que mi abuela, Maya, no sé si la conoces, podría ayudar o al menos darme las herramientas para que yo mismo pueda solventar algo del asunto en el que estamos metidos. 

Por unos segundos se quedó observando a su compañera, con una sonrisa que quien lo conociera bien sabría que es algo nerviosa, con uno de sus colmillos mordiendo suavemente el labio inferior. En sus ojos había ilusión, sin duda, pero también una chispa de inseguridad, incluso miedo. 

Yalena:

Yalena escuchó a Cadmo, sin interrumpirle en ningún momento. Sabía perfectamente el mensaje que el Hijo le estaba transmitiendo: iba a marcharse y esta vez no serían varios días como el resto de misiones. Estaba confusa, no sabía cómo sentirse: ¿feliz por qué la persona que quería estaba siguiendo el camino que deseaba seguir?, ¿con miedo por si ocurría algo que no les permitiera volver a verse?, ¿triste porque no quería separarse de su lado? Quería decir muchas cosas, hacer muchas preguntas, besarle, abrazarle, llorar. Sin embargo sólo habló, intentando frenar aquellos sentimientos que aún no sabía cómo gestionar, apoyando a la persona que quería, mientras su mano agarraba con fuerza la suya. 

—Puedes hacer todo lo que te propongas Cadmo. No tengo dudas de que si deseas ser un héroe, lo serás, aunque para mí ya lo eres y jamás me cansaré de decírtelo. Eres fantástico tal y como eres y, ¿qué es lo que quieres buscar allí?… —En cada palabra los ojos de Yalena brillaban cada vez más, hasta que no pudo reprimir una pequeña lágrima. No quería llorar en ese momento, no quería frenarle en sus objetivos. —Perdona, no quiero pararte, al revés, quiero que logres todo lo que te propongas. No sé por qué me está pasando esto, discúlpame.—Sonrió confusa. —…¿Vas a estar bien, no?, ¿volverás…?

Tras esas dos preguntas, le abrazó con intensidad. Sabía que esa noche sería una despedida, al menos durante un tiempo. Jamás había sentido nada cuando había dicho adiós en su pasado. Ahora había descubierto lo que significaban estos momentos cuando alguien te importaba de verdad. No sabía que fueran tan confusas o que dolieran tanto. Apretó un poco más fuerte la camisa de Cadmo. 

Cadmo:

Cadmo devolvió el abrazo a Yalena, al ver sus ojos humedecidos por las lágrimas contenidas una punzada le recorrió la espalda. Al sentir cómo ella se sumergía en el abrazo con más fuerza una parte de él le gritaba que dejara sus ideas y su misión a un lado. Que se quedara aquí, con ella. Pero a la vez, si ahora cambiaba de idea ella sentiría que es culpa suya y, claro, ella no quería eso. Sus palabras habían sido tan cálidas que no podía evitar sentir una chispa de alegría y rubor en su rostro. La pena por verla así se mezclaba con otras sensaciones. Se sentía afortunado porque ella lo apoyara y lo viera de esta manera. Aunque entendía su miedo ante la incertidumbre. Por un momento continuó abrazándola en silencio, pasó una de sus manos por su pelo y tomó aire, su olor siempre era sencillamente perfecto. Le dio un beso en la frente antes de apartarse un poco para mirarla a los ojos, estos ojos violetas, antes de explicar la situación.

-Sí, volveré. Claro. La idea es que nos pueda ayudar a encauzar la situación. Debería ser un viaje tranquilo -realmente no lo tenía claro, solo una vez había visto a su abuela, cuando apenas tenía 10 años y sus poderes despertaron y su padre, Hermes pensó que ella querría echarle un vistazo a ese nieto con los ojos que habían “salido a su abuela”. No recordaba prácticamente nada de ese encuentro, solo nervios y estar algo intimidado-. Verás, Maya tuvo a mi padre con Zeus, pero siempre ha estado más a su aire, apartada de panteones y demás. Los textos de los griegos no le dan mucha importancia, una más de las pléyades hijas de Atlas y Pléyone, una nieta de Jápeto que vivía en el monte Cilene. Sin embargo, también conocía a otros dioses, aunque sin juntarse demasiado, y algunos mortales le dieron mucha más importancia. En la India la consideran una diosa primigenia, la personificación de la magia y las ilusiones, de ahí la rama más mística de algunos poderes de mi padre. Y bueno, de los míos. 

Nunca le había explicado a ningún compañero del Campamento cómo funcionaban exactamente sus poderes, quizás solamente Phil, su padre, su madre y la propia Maya lo entendían. Muchos lo asociaban directamente a la capacidad de sacar objetos de la nada y abrir las puertas de Hermes, y sin duda eso podía hacerlo, pero no de manera tan sencilla. 

-Verás, Yalena, mis poderes… digamos que tienen truco. No están en mis manos exactamente, están en mis ojos. Puedo ver las fronteras y los velos del mundo, los pliegues en la energía y la magia. Por eso “sé” dónde abrir las puertas con la llave de mi linaje. Puedo ver los portales y los hilos mágicos que conectan las cosas, así que, con un poquito de magia divina o el cosmos como lo llama Sigma, puedo “retorcer el espacio”. Esto me permite abrir agujeros y puertas, juntar fronteras y romperlas, mandar objetos a un espacio entre los velos, o incluso sacarlos de la nada tirando de los hilos adecuados si los he “atado” antes… Son muchas cosas… Pero lo más importante y el motivo por el que puedo hacerlo bien, es que puedo verlo. Suena bastante evidente ¿No? Cuando puedes ver la magia, es más fácil jugar con ella -tomo aire por unos momentos, compartir los detalles con Yalena le había quitado un peso de encima. Se sentía más ligero y notaba como sus ojos se estaban humedeciendo. 

-Por eso le pedí a Phil estas gafas, -dio un par de toquecitos en las patillas de estas lentes que llevaba desde hace un par de semanas- para filtrar mi poder y no verlo todo el rato. Ahora que estoy entrenando más lo veo con más claridad. Y bueno… Teniendo en cuenta que estamos rodeados de semidioses, solo sus auras y poderes ya hacen que parezca que estamos en una feria y me daba un poco de dolor de cabeza -intentó sonreír un poco mientras miraba el rostro de Yalena como si quisiera captar cada detalle. Acarició su mejilla con una de sus manos.

-Pero sabes ¿qué? A pesar de todo, no puedo ver a través de ilusiones y me afectan como a cualquiera. Veo que hay magia, claro, pero en un mundo como el nuestro en el que todos desprendemos un poco o incluso mucho, no resuelve nada. Y así me tragué el engaño de Loki, verdaderamente era capaz de emular hasta el más mínimo detalle de Prometeo, incluso su energía mágica -había un poco de admiración en sus palabras-. Y bueno, pensé que Maya quizás podría ayudarme con esto… O de alguna otra forma.

Yalena:

Yalena se dejó llevar por ese abrazo y por todas las sensaciones que Cadmo quería transmitir con cada gesto, cada palabra. Esa primera lágrima se transformó en algunas más que cayeron en silencio. Aún así, escuchó con atención, le hacía feliz que el Hijo de Hermes fuera capaz de abrirse con ella, de demostrar la suficiente confianza para contarle sus planes o sus poderes. 

—Maya…—dijo pensativa intentando recordar las lecciones de Phil.— Reconozco que no recordaba mucho sobre ella más allá de ser la madre de Hermes. ¿Crees que irá todo bien?, ¿qué te reconocerá? —Bajó la mirada de nuevo, no quería que viera la preocupación en su mirada, aunque Cadmo ya la hubiera visto. No confiaba en los dioses, nunca lo había hecho y en aquel momento seguía sin cambiar. En quien sí confiaba era en él, encontraría un modo de que todo saliera bien. 

Luego se acercó un poco más. La nariz de Yalena rozó la de Cadmo, mientras su mano colocó correctamente las gafas. Se permitió sonreír divertida, aunque sus ojos siguieran húmedos. 

—¡Yo pensaba que te las habías puesto por estética!—rió.—Tu poder es fascinante, aunque seguramente para tí sea agotador. —Tras esa segunda frase se quedó en silencio unos segundos, haciéndose preguntas que decidió hacer en voz en voz alta. —¿Te puedo preguntar cómo es la magia que ves en mí? Aunque no puedas pasar la ilusión siempre me has visto como soy. —Comenzó a ponerse nerviosa. Hablar de sus poderes siempre la ponía nerviosa, demasiado nerviosa. Tanto que desvío el tema respondiendo a otra de las cuestiones de las que Cadmo había hablado. — Sobre Loki, estoy segura que si alguien es capaz de encontrar una solución, esa persona eres tú. 

Le besó, al principio lentamente, intentando transmitir toda su confianza en él. Luego recordó que no se verían en bastante tiempo y el roce de los labios se volvió suplicante. Cuando se separó, agarró de nuevo la mano de Cadmo, miró al cielo que ya se había oscurecido del todo y preguntó:

—¿Cuándo te marchas?, ¿crees que podríamos pasar el tiempo que queda juntos? 

Cadmo:

Le encantaba tenerla tan cerca, la suavidad con la que colocó sus gafas. 

-¿Tu magia? -nunca se había parado a pensar que pudiera ser algo que interesase a los demás. Entre semidioses era habitual ver un ligero brillo alrededor de sus iguales, aunque en su caso iba mucho más allá- Pues, estas cosas cambian con el estado de ánimo, el uso que se haga de la energía y demás. Pero en tu caso es como una niebla suave y ligera. Brilla, pero no ciega. Es cálida, rosada, pero sobre todo clara y limpia. Se expande con suavidad cuando se aleja de ti, sus límites son difusos, se adaptan, como si no quisieran interferir con otras corrientes de magia. 

Estaban muy pegados. Cadmo notó una ligera caída de ojos cuando ella hacía referencia a sus poderes. Habló de Loki, ahora fue él quien bajó la vista. Ojala ella tuviera razón y diera con una solución. Apenas le había dado tiempo a terminar de formular ese pensamiento cuando llegó el beso. Siempre se describen en los libros besos que hacen como si el tiempo se detuviera y Cadmo pensó que ojalá fuera posible. No quería separar sus labios de los de la joven. Era suave y cálido, le hacía sentir como si todo su cuerpo fuera recorrido por un temblor tibio y agradable. Su piel se erizaba. No pudo evitar que una de sus manos se perdiera entre el cabello rosa de Yalena. Durante unos segundos se quedaron frente con frente, con sus labios apenas rozándose, notando la respiración el uno del otro. Ella se separó un poco y preguntó, mientras el cielo se oscurecía. Cadmo la miró a los ojos, violetas, como siempre. Y acarició su mejilla.

-Phill me ha pedido que esté mañana a primera hora, pero, ya tengo todo preparado. Si quieres… -notó un nudo en la garganta y rubor en el rostro como nunca antes había sentido con nadie- Podría pasar la noche aquí… Contigo.

Yalena:

Aunque los ojos de Yalena aún brillasen, el brillo de las lágrimas se había mezclado con las sensaciones de aquel momento mágico. Le gustaba lo que Cadmo veía en ella, pero lo que más feliz le hacía siempre era recordar que él era capaz de verla DE VERDAD. 

Cuando se separó del beso y él respondió a su pregunta ella sonrió ampliamente para luego volver a juntar sus labios con los del Hijo de Hermes. Se prometió a sí misma que ese beso sería el primero de muchos, al menos durante esa noche. Eso sí, se negaba a que “aquí” fuera aquel aburrido banco que Phil había puesto con poco o ningún sentido de la estética.  Por ello, tras recolocar el pelo de Cadmo que ella misma había despeinado en aquel primer beso, se levantó y le tendió la mano. 

—Si pudieras elegir a qué sitio del Campamento querrías ir esta noche conmigo, ¿a dónde iríamos?—Sonrío con cierta picardía. Si no iban a verse en un tiempo, quería disfrutar con él todo el tiempo que pudiera—Menos a la casa de Dionisio y las mazmorras de Ares, creo que me adaptaré a casi cualquier lugar. 

Volvió a colocarle las gafas, divertida. Le gustaba como se le movían cuando se ponía nervioso. Al igual que le gustaba como se ruborizaba cuando ella se las colocaba. 

Cadmo:

Las mejillas de Cadmo se encendieron cuando ella colocó de nuevo sus gafas con suavidad. Él, que podía viajar a casi cualquier lugar del mundo, se quedó mudo por un momento, mirándola. 

-La verdad, Yalena. No se me ocurre ningún sitio mejor que este banco contigo, por tonto y cursi que parezca -le cogió las manos entre las suyas y apretando un poco añadió-. Seguro que pronto podremos terminar de recorrer los lugares ocultos del Campamento, Phil aún nos tiene guardadas algunas sorpresas. Estoy seguro. Pero es que ahora mismo… Lo que más quiero es estar contigo -se mordió un poco el labio inferior y dejó caer los ojos por un segundo, antes de volver a mirar directamente hacia los de ella-. Con estar juntos soy más que feliz. 

Apartó un mechón de pelo y lo colocó detrás de la oreja de Yalena justo antes de darle otro beso, suave, corto, con los ojos cerrados. A este lo siguió otro un poco más intenso, mientras una de sus manos agarraba la mano de su compañera y la otra se perdía entre los cabellos rosas de la hija de Afrodita. Acabó con un ligero mordisco en los labios de la joven.

-¿Qué tal un sitio en el que estar totalmente a solas?

Yalena: 

Ante las palabras pero, sobre todo, las acciones de Cadmo, Yalena no pudo evitar lanzarse a ese beso con más pasión de la que ella misma esperaba. Supo que le despeinó aún más, que le había vuelto a mover las gafas pero sobre todo, que no paraba de sonreír. Tal vez en esa emoción agarró con más fuerza de la que debía su mano y casi sintió que acorralaba al hijo de Hermes contra aquel banco. Cuando fue consciente de que tal vez se había pasado de intensidad se apartó apenas unos centímetros que sintió cómo si fueran kilómetros. Una pequeña risa nerviosa asomó de ella.

—Perdona, perdona, ¿te hice daño?—Luego recordó que ni siquiera había respondido a su pregunta, solamente se había lanzado a sus labios sin pensar. 

—Te entiendo. Con estar juntos yo también estoy feliz. —Bajó la mirada. Era la primera vez que decía aquellas palabras con sinceridad e incluso ella pudo sentir timidez. Apretó con fuerza su mano, aunque no con las mismas intenciones que un momento atrás.— ¿Quieres qué vayamos a mi habitación? Minerva tiende a escabullirse de noche cuando piensa que estoy dormida, así que dudo que esté. Además, ella nunca pasa a la habitación. 

No pudo evitar darle un nuevo beso que casi sentó a Cadmo en aquel banco. Cada vez la idea de quedarse allí era más tentadora, aunque no fuera el lugar más discreto…

Cadmo:

Cuando ella respondió con un besó aún más intenso, el pulso de Cadmo se aceleró aún más, notaba como la sangre se aceleraba y el calor llenaba todo su cuerpo. Notar cómo ella le apretaba la mano con más fuerza, casi atando sus movimientos, le daba un vuelco al corazón. No quería que se apartara ni un centímetro de él. Sin embargo, lo hizo para preguntar. Para Cadmo ahora mismo pensar en tener que caminar hasta la habitación y dejar de tenerla entre sus brazos, pegada a su cuerpo, ya se le hacía demasiado lejos. Sin embargo, respondió:

-Sí, me parece una idea perfecta.

Se levantó, casi como si tuviera prisas y tiró de ella, de su mano, atrayéndola hacia él, de camino a la mansión de Afrodita. Sin embargo, según ella estuvo en pie no pudo evitar besarla de nuevo y abrazarla con una mano en su cadera y otra en su espalda. La habitación de Yalena estaba bastante cerca, aunque viendo la situación, el camino podría hacerse bastante largo, pero para Cadmo, limitar lo que sentía y deseaba hacer por llegar antes no era una opción. 

Yalena:

El camino se le hizo interminable. Cada vez más la idea de quedarse en aquel banco, aún con el riesgo de que Phil les pillara se hacía más tentador, aún así sabía que su habitación era mucho mejor lugar. En el transcurso ella también pasó su brazo por la cintura de él. A veces posaba algún beso en los labios del Hijo de Hermes o se quedaba mirando con una media sonrisa divertida lo despeinado que estaba, mientras se preguntaba cuánto más podría despeinarle. 

No hubo mucha presentación cuando Yalena abrió la puerta de su habitación. Tampoco la hubo cuando ella le guío con bastante ímpetu hacia la cama entre besos impacientes. Ni cuando le quitó definitivamente aquellas gafas que le gustaban tanto pero que en algún con otro beso le habían molestado. Solo cuando fue consciente de lo que estaba pasando  preguntó muy muy cerca de él:

—¿Estás bien?—Se sonrojó aún más de lo que estaba—¿Quieres seguir?

Cadmo:

Cuando llegaron a la habitación, pasando por los aposentos de Yalena, Cadmo podría haberse fijado en muchas cosas. Las cosas que le había ido trayendo a Minerva estos días en el pequeño recibidor. Los cuidados detalles en las pinceladas de los mejores artistas que se veían en los cuadros que llenaban las estancias de la Casa de Afrodita. La delicadeza y suavidad de las cortinas y finalmente de las sábanas de la cama hacia la que conducía su compañera. Pero nada de eso era importante. Cuando le quitó las gafas pudo sentir gracias a sus ojos como una oleadas de calidez mágica lo envolvía y se le erizó la piel solamente al sentir cómo sus auras se mezclaban. Más bien, al ver cómo se sumergía en ella, en su abrazo, en Yalena.

Al detenerse ella un segundo para preguntar, Cadmo pudo ver su rostro aún un poco más encendido. Le faltó el aliento por un momento:

-Sí -contestó él. La besó. Suave y corto- No podría estar mejor -le dio otro beso, ahora en el cuello-. Quiero seguir. Hasta donde tú desees seguiré contigo. 

Sus manos se entrelazaban. Se separaban y se volvían a juntar, empujándose mutuamente para estar cada vez más cerca. Se enredaban en las ropas del uno y del otro. Cadmo notó las manos de ella sobre su pecho, haciendo surcos en una camisa cada vez más arrugada. También cómo se perdían en la espalda de ella, con un vestido tan suave como su piel. Él se recostó sobre la cama, tirando de ella, colocándola sobre él con un abrazo. Pasó una de sus manos por la nuca de cabellos rosados, que se enredaban entre los dedos. Besó su cuello y muy suave, apenas un susurro junto al oído de la joven, dijo algo que puede que alguna vez hubiera llegado a decir, pero no había salido nunca desde lo más profundo de su corazón como ahora:

-Yalena…-exhaló una bocanada de aire, casi perdiendo el aliento-. Te quiero.

Yalena:

—Yo deseo seguir todo lo que queda de noche.—Fue un susurro en su oreja, que inmediatamente después vino acompañado de un mordisco divertido.

  Yalena tenía demasiados sentimientos que comenzaba a conocer en su pecho. Demasiadas cosas que quería hacer. ¿Sería toda una noche tiempo suficiente para ambos? Quería pensar que sí, aunque sabía que era una mentira, que necesitarían mucho más tiempo juntos y que tal vez aún así no sería suficiente. Aún así le besó con urgencia, con ambas manos sosteniéndole el rostro, para luego perderse entre prendas que a cada segundo que pasaban le molestaban más, entre caricias que pasaban de dulces a apasionadas en segundos y entre labios que se buscaban para luego indagar en el cuerpo del contrario. 

No se esperó ese te quiero. No era la primera vez que alguien le decía te quiero en un momento así. Sin embargo, sí fue la primera vez que disfrutó de alguien diciendo esas dos palabras, también fue la primera vez que esas dos palabras la hicieron agitarse aún más de lo que estaba. Pero sobre todo fue la primera vez que deseó de corazón responder con esas mismas dos palabras a la persona que se encontraba con ella.

—Te quiero…—Le obligó a mirarla mientras se lo decía. Supo que por primera vez en su vida había sido sincera diciéndolo. Así que eso significaba enamorarse. Otro beso, con una sonrisa enorme en los labios que vino acompañado de una pequeña risa eufórica.—¡Te quiero, Cadmo!

Definitivamente una noche no sería tiempo suficiente para ambos.


Cadmo:

No había duda. La noche no había sido tiempo suficiente. 

Cadmo observaba desde el quicio de la puerta por unos segundos. Volvía de darse una ducha y no llevaba más que una toalla en la cintura. Tenía que salir enseguida si quería llegar a tiempo a su cita con Phil, pero no podía evitar dedicarle unos segundos más a mirar a Yalena. Estaba acostada aún, medio cubierta por las sábanas, que por muy sabes que fueran no podía serlo tanto como su piel. No estaba dormida. Ninguno de los dos había dormido nada, querían aprovechar cada minuto que les quedaba antes del amanecer, antes de partir. 

Él se acercó a la cama y se sentó a su lado, acariciando con el dorso de sus dedos su hombro, al descubierto. Se agacho y le dio un beso, muy suave, en los labios. No podía parar de sonreír, aunque a la vez en su mirada empezaba a surgir una pequeña sensación de pena, casi como una súplica que reclamaba una noche más, no, mejor dos, o tres. 

-Siento tener que irme tan pronto. Te prometo que vamos a tener muchas más noches como esta -le dio otro beso, ahora en el hombro, mientras le colocaba un mechón de pelo por detrás de la oreja. Sonrió de oreja a oreja, se sentía muy feliz a su lado, por eso podía dedicarle sonrisas que rara vez salían ante otras personas-. Podría llegar a acostumbrarme a no dormir por esto -añadió guiñando un ojo. Ahí estaba esa sonrisa pícara, más habitual, con una lengua un pelín más afilada, que Yalena había comprobado que podía usar de otras muchas maneras. 

No quería levantarse. No quería salir de esta habitación porque sabía que tardaría en volver. Sentía que podría pasarse un par de horas más sentado a su lado, contemplándola. Se mordió ligeramente el labio inferior. Quizás no solamente contemplándola. Pero debía ponerse en marcha. Tomó aire. Estiró la espalda. Apretó un poco más fuerte la mano de Yalena que tenía bajo una de las suyas. Finalmente se levantó y comenzó a recoger su ropa de los diferentes lugares en los que había acabado por aterrizar. 

Yalena:

No podía haber sido tan breve, pero lo había sido. Yalena había observado, revuelta entre las sábanas, como Cadmo había ido a ducharse. La sonrisa de toda una noche que podría definir como inolvidable, se tornó a una mueca bastante más triste. Ojalá poder tener un par de horas más, aunque era consciente de que no eran suficientes. Al menos se propuso disfrutar de estos últimos momentos que les quedaba juntos. Cuando salió de la ducha aún seguía apalancada en la cama. Siempre había sido una perezosa, así se permitió disfrutar de ese primer beso que le dio él, para luego acompañarlo de un inesperado segundo beso, que fue acompañado de una suave caricia en la mejilla. 

—Por desgracia sabíamos que iba a llegar. —Sonrió, aunque ya no era la sonrisa picaresca que había asomado en el rostro de Yalena durante gran parte de la noche, esa en la que siempre parecía estar tramando algo malo o… muy bueno. Ahora solo había pena por una despedida que no quería que se produjera. —Me pregunto si podría intentar retenerte un rato más, pero por desgracia sé que tarde o temprano este momento llegaría. —Le abrazó por detrás justo antes de que se levantara y le dio otro beso en la espalda. 

Luego se levantó y empezó a recoger. Ella se quedó unos segundos más sentada entre las sábanas, intentando hacer que los segundos no avanzaran, aunque fuera una misión imposible y Cadmo siguiera moviéndose. Fue entonces cuando ella se levantó:

—Ahora vengo, voy a buscar una cosa. 

Marchó a la habitación del fondo, esa que siempre estaba cerrada con llave y que no permitía entrar a nadie. O mejor dicho a casi nadie, sabía que a Cadmo le diría que sí si se lo pidiera. Había un montón de pinturas firmadas con su nombre en las paredes, pero solo se fijó en el cuadro del fondo. Yalena apenas pintaba retratos y menos retratos de sí misma. Solo había hecho uno antes de venir al campamento para recordarse como era. Fue ese cuadro el que descolgó y llevó hacia el dormitorio donde Cadmo se vestía. 

—Me dijiste hace no mucho que siempre preferirías cuadros hechos por mí. Casi nunca pinto retratos, pero antes de venir al Campamento quise hacer uno de mi misma. Supongo que era el que me hubiera gustado que me hicieran. —Agachó la mirada al ofrecérselo, jamás pensó que se lo entregaría a alguien, pero deseaba dárselo a él.—Cómo sé que puedes llevarlo, me gustaría que lo tuvieras. Es como me veo a mí misma…—Se sonrojó observando como el hijo de Hermes contemplaba el cuadro y devolvía su vista para mirarla.— Tal vez me pasé de pretenciosa intentando simular el estilo de la Venus de Boticelli y no es mi mejor cuadro porque suelo dibujar paisajes o escenas pero… pero… —Se le apagó un poco la voz de la emoción de la vergüenza o de ambas a la vez. —Espero de corazón que te guste… 

Cadmo:

Cadmo miró el cuadro de arriba a abajo. Era precioso, él no era ni mucho menos un experto en pintura. Aunque la apreciaba muchísimo lo suyo eran las letras y las palabras. La pincelada era suelta y delicada, el cabello de la Yalena del cuadro parecía vibrar mientras salía de las aguas con un cierto contraposto en su posición. Sin duda era precioso. No obstante, lo que más le gustaba era el hecho de que ella se lo hubiera llegado a enseñar, mostrando como ella misma se veía. No era exactamente como él la veía, pero sin duda era ella. En la pintura su mirada estaba algo triste, y ahora… Bueno, ahora también, pero de diferente manera. Ahora, a pesar de todo transmitía calidez, quizás cierta… ¿Esperanza? Mientras que en la pintura se notaba un cierto recelo, quizás incluso desconfianza dirigida hacia sí misma, la autora. 

-Es precioso -ahora la miraba a ella-. ¿Podrías hacer más? Creo que has… Madurado. Eres la misma persona, pero… ¿No te ves un poco diferente ahora cuando te miras al espejo? ¡Si haces más podrías verte crecer! Y no solo como artista.

Cadmo hablaba más despacio que de costumbre, quería ser cuidadoso porque sabía lo importante que era para ella su autoimagen. Y lo valioso que era el cuadro que tenía entre las manos. Miró otra vez a Yalena a los ojos y sonrió mostrando todos los dientes, dejando salir la felicidad que le producía poder estar junto a ella, que ella confiara en él tanto como para darle este cuadro. Notaba como sus ojos se humedecían, esta vez de pura alegría. 

-No te haces una idea de la ilusión que me hace ahora mismo esto. Lo voy a dejar en un lugar seguro -lo levantó un segundo entre los dos y haciendo un pase manos propio de un prestidigitador el cuadro dejó de estar ahí, como si se hubiera introducido en un pliegue del espacio, con un suave brillo azul grisáceo-. También podrías hacer uno mío, no se me ocurre una pintora mejor -añadió giñando un ojo y llevándose los dedos a su propia barbilla como si posara. 

Yalena:

Yalena sonrió, emocionada ante las palabras de Cadmo. Ante su última afirmación ella se río ampliamente y levantó una ceja en un gesto que intentaba analizar al modelo que tenía delante. Se acercó a él, tomó la mano que estaba en su barbilla y fue ella quien la sostuvo. Le besó regocijándose de aquel momento. No era nada profesional, pero no le importaba:

—Podría intentarlo, ¿quién sabe?—le besó de nuevo entre risas.—Espero que te guste al menos.  

Luego pensó en sí misma. Sí, la Yalena del cuadro no tenía nada que ver con la mujer que veía ahora en el espejo. La mujer del cuadro no se entristecía en una despedida, no decía te quiero, reprimía todos sus sentimientos en una máscara que ocultaba con indiferencia y una taza de té. Agachó la cabeza, un cuadro suyo era mucho más difícil.

—Uno mío es…Complicado. Me da mucho miedo que no me guste lo que vea. O mejor dicho, que no me vea a mí misma. No me refiero al físico…—Desvió la mirada. Este tema siempre era más complicado. Aún así, había visto cómo él se preocupaba por que ella estuviera bien, también la ilusión con la que hablaba. Sonrió de nuevo, intentando transmitirle una esperanza que incluso ella misma comenzaba a tener. —Pero complicado no significa imposible. 

Cogió sus gafas de la encimera y se las puso. Le gustaba que aún después de aquella noche, Cadmo se siguiera sonrojando cuando ella se las colocó. Volvió a besarle, esta vez mucho más lento, intentando hacerlo eterno. Intentando no llegar al momento que sabía que más pronto que tarde ocurriría. 

Cadmo:

Él devolvió el beso, acompañándolo con un abrazo que hizo que sus pechos se pegaran cada vez más. Querría haber parado el tiempo, aunque fuera por cinco minutos más, pero sabía que cuando acabara el quinto pediría al menos otros diez. Al terminar el beso apoyó su frente en la de ella. Suspiró. “Para ti no hay nada imposible”, pensó, pero esta vez no lo dijo, no quería cargarla con más presión. Así que se limitó a sonreír, esta vez algo divertido, pues en esta posición la punta de sus narices se rozó, causándole unas suaves cosquillas.

-Te quiero -esta vez casi le salió de los labios acompañado de una risa. 

Cogió sus manos entre las suyas y las puso entre ambos, casi apoyadas en el pecho. No podía evitar sentirse triste por la partida y feliz por el rato que había compartido al mismo tiempo. Nunca había tenido una sensación como esta. Sentir que Yalena estaba a su lado, sentir su cariño le llenaba el corazón de un calor que hacía que ahora mismo pudiera ver todo con optimismo, incluso el viaje que tenía que emprender en apenas unos instantes. 

-Mira, tengo algo para ti -en sus manos se materializó un puñal, pequeño, sin apenas adornos más allá de unos finos arriaces plateados-. Mira, has mejorado mucho en los entrenamientos y como la cosa parece que se puede poner tensa, estarás preparada. Es corto, pero firme y equilibrado, puedes usarlo en distancias cortas o lanzarlo, pero sobre todo, es muy discreto, lo puedes guardar en cualquier parte -al decir esto la miró de arriba a abajo y por un segundo un poco de rubor volvió a aflorar en sus mejillas. 

Por la ventana se veía como el cielo comenzaba a pasar de un azul tan oscuro que parecía casi negro, hacia un tono más suave. Se acercaba el amanecer. El gesto de Cadmo se volvió algo más severo y por un segundo su vista pareció fijarse en algo más concreto que la luz del cielo. Un punto negro se movía en el horizonte, sacudiendo sus alas con gracilidad, aún lejos del campamento.

-Minerva…-fue apenas un susurro- Parece que ya vuelve. Creo que debería despedirme de ella mientras voy de camino a ver a Phil… ¿No crees?

Yalena:

—Te quiero.—Contestó sin necesitar pensarlo, con una seguridad plena. Sus palabras fueron acompañadas de una pequeña risa que se unió a la de Cadmo. Al ver ese regalo su risa se hizo aún más sonora. La llenó que el Hijo de Hermes confiara en ella como combatiente, aún cuando Yalena se sentía demasiado torpe. Respondió al regalo con un abrazo y luego se atrevió a coger la daga y a moverla entre sus manos. —Gracias… De verdad. Espero, si llega el momento, saber usarla. Y gracias también por haber sido el mejor profesor. Sé que nunca he sido una alumna fácil, pero siempre has confiado en mí.

Estaba amaneciendo. Fue consciente cuando siguió la mirada de Cadmo y se topó con la ventana. La noche de ensueño terminaba. Apretó su mano con mucha más fuerza, quería llorar, pero no deseaba que la volviera a ver así. Quería suplicarle que no se fuera, pero tampoco lo hizo, porque detrás de esos sentimientos también deseaba que el hijo de Hermes siguiera el camino que deseara y se convirtiera en la persona que quisiera ser. 

—Deberías despedirte de ella, Cadmo. —Sonrió con amargura en cada palabra. No se le estaban dando bien las despedidas. — Ella te quiere muchísimo. Tal vez debería confesar que le pregunté cómo eras cuando eras pequeño.—Río, pero no era la risa divertida de unos minutos atrás. 

Volvió a besarle, primero en la frente y luego en los labios. Le daba fuerza para las palabras de despedida, para no llorar de nuevo:

—Cadmo, recuerda en este viaje y siempre que puedes ser quien desees ser. Y que yo ya me siento orgullosa de quién eres. —Le miró directamente a los ojos intentando transmitirle todo lo que ella veía en él. La mirada de Yalena gritaba “Te amo” pero de sus labios solo salió un simple. —Cuídate. 

Cadmo y Yalena dibujados por @AlbaLnz