La Sucursal de los Finales no tan Felices – 6: El primer conflicto

La Sucursal de los Finales no tan Felices – 6: El primer conflicto

Aquella misma noche, Ela se presentó en la habitación de Madrina con los ojos rojos del llanto y el rostro completamente pálido. La jefa de la Sucursal preguntó incluso antes de que el hada del amor pudiera contarle lo ocurrido. 

—¿Qué ha pasado?, ¿estás bien?

—Kika… Kika ya no está.—Ela balbuceaba, intentaba encontrar las palabras para comunicar algo tan trágico. Veía como el rostro de Madrina se impacientaba esperando su respuesta clara.—Kika ha muerto…

—Es imposible—Argumentó Madrina mientras cerraba la entrada de su rama. Ela sollozaba de nuevo, en un huracán de emociones nuevas para ella.—Las hadas no podemos morir. Llevamos siglos existiendo Ela y ninguna ha muerto jamás. No envejecemos, las enfermedades de las otras criaturas no nos afectan y sus intentos de asesinato nunca han surtido efecto con nosotras. Sé que Kika era, bueno, un poco diferente a las demás, pero sigue siendo imposible. Ten cuidado con decir estas cosas puede cundir el pánico…

—¡Míralo en mi habitación!—casi gritó Ela.—Sólo quedan sus prendas y un extraño polvo. ¡Nada más!—El hada del amor sentía que su tristeza se había transformado en furia. ¿Por qué su compañera especial se comportaba de un modo tan frío?, ¿por qué sentía que no le importaba la vida que se había perdido?, ¿por qué no confiaba en sus palabras?— Una de nosotras ya no está, y sé que siempre te generaba problemas pero, ¿¡puedes dejar de ser tan fría?! SE HA MUERTO. CRÉEME

Las dos se quedaron en silencio tras el último grito del hada del amor. Madrina no sabía qué responder. Ela siempre se había mostrado de acuerdo con ella en todo y, cuando había tenido dudas, era sencillo hacerle ver cuál era la mejor opción para ambas. Por otro lado, a diferencia de la mujer que tenía delante, la jefa de la sucursal no era capaz de derramar una lágrima por el hada fallecida. Querría haberlo hecho, sabría que de ese modo hubiera apaciguado la ira de su amiga pero, simple y llanamente, no podía hacerlo. 

—No sé qué decirte—Era completamente cierto. Hubo otros interminables segundos de silencio incómodo. —Espérame aquí.

Madrina salió por la puerta y Ela se quedó sola. Aún lloraba, aunque ya no sabía reconocer el por qué de sus lágrimas: ¿eran por la muerte de Kika o por la reacción que había tenido su persona especial? Probablemente fueran ambas. Por otro lado, el hada del amor se sentía culpable por sus palabras, por su ira, por sus acusaciones. Sentía que había hecho daño a Madrina, que la persona que siempre tenía todo bajo control había huido de su propia habitación al no saber gestionar la situación. Debería entenderla, Ela era mucho más intensa, no podía pedirle a su compañera que se sintiera como ella cuando lo especial de su historia era lo diferentes que eran. 

La jefa de la sucursal tardó mucho. Muchísimo. La ansiedad y la culpabilidad del hada del amor se hicieron cada vez mayores. ¿Y si no regresaba?, ¿y si su estúpido enfado había destrozado la historia que ambas tenían desde hacía siglos? 

Horas después, cuando Madrina entró por la puerta Ela se lanzó a sus brazos con numerosos “lo siento” en sus labios.

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