Hace muchísimo que no publico nada y, tras terminar mi ambientación de rol de Hadas Madrinas (que espero que podáis ver próximamente), casi lo único que he escrito estos meses ha sido la historia de amor y odio de los dos personajes principales que mueven este mundo: Madrina y Ela. He pensado ir publicando un capítulo cada semana en el blog para volver a darle vida. Espero también que poco a poco pueda compaginarlo con otros artículos, semillas de aventura y relatos. Pero, por ahora, espero que disfrutéis de la historia de Ela y Madrina como yo he disfrutado creándolas a ellas. ¡Muchas gracias!
Últimamente parece que todas las noches se repiten. O al menos eso es lo que pasa por la mente de Ela. Camina sin rumbo, en búsqueda de alguien a quien ayudar o a quien destrozar la vida. Lo que antes hacía como la acción de un gran cambio, ahora no es más que rutina. Mira hacia atrás y los ve a ellos, sus dos grandes amores, que ya tienen poco o nada que ver con los jóvenes que conoció. La inmortalidad les ha pasado factura por todos. Quienes antes eran un muchacho y una muchacha llenos de vigor, sonrisas e ilusiones ahora eran poco más que dos sombras: casi no podían hablar y habían perdido todo el brillo que tuvieron. Ella también se había transformado, dejar de ser un hada y convertirse en otra cosa la había hecho perder toda belleza que tuvo en el pasado, pero sobre todo la esperanza de que sus sueños pudieran hacerse realidad.
Hizo un gesto a sus parejas, una señal que entendieron como el momento de descansar aunque realmente no lo necesitaran. Se sentaron contra una roca, apoyando sus cabezas el uno en el otro y le hicieron un gesto a Ela para que se uniera. Aún, tras cientos de años y la corrupción que los tres vivían seguía existiendo algo del amor que los unía.
—Mañana llegaremos a un lugar donde hay una pareja a la que podremos salvar antes de su perdición.— Sus amantes asintieron, aunque Ela sabía que en el fondo estaba hablando consigo misma, recordando su lucha, intentando convencerse que ella aún tenía una buena causa y que todas sus decisiones habían estado justificadas por un bien mayor.—Cerrad los ojos, descansad, como aquella primera noche que los tres usurpamos la cama de la princesa cuando ella se encontraba de viaje y nos encontró el mayordomo a la mañana siguiente.
Tras esas palabras, Ela apagó el único brillo que desprendía su cuerpo formado por sombras como si de un farol se tratase. El corazón de cristal rojo que resplandecía en la oscuridad de ella misma fue desapareciendo y su mano, como todas las noches desde que su vida cambió radicalmente, agarró aquel colgante que había representado la más intensa de las amistades y también, la más intensa de las traiciones. ¿Aún guardaría la otra parte?, pero, sobre todo, ¿cómo había acabado tan mal?
Recordó toda la historia que las había llevado a esta situación, desde el principio de los tiempos y no de forma exagerada. Ela no era la protagonista de ella, si no su mejor amiga y también su mayor enemiga: Madrina.